Hallar a Dios en todo y en todos

“Yo tenía una perla preciosa y Dios me dijo: “Arrójala al abismo de mi corazón”. Lo hice y me sentí miserable; pues no conocía la profundidad del abismo de su corazón. Tenía la impresión de que todo lo había lanzado a las tinieblas.

¡Oh noche amable más que la alborada!”

“Como una flor, un tulipán por ejemplo, es mucho más hermoso y más rico en colores cuando se mira a contraluz y los rayos de sol inciden, no sobre él, sino a su través, y muchas personas, ¡cómo es posible!, jamás lo han visto así; así una persona sólo puede ser apreciada en su profunda riqueza cuando se ve la luz que luce en lo más profundo de sí mismo e ilumina desde allí todo lo demás: Dios. Y muchas personas, ¡cómo es posible!, jamás se han dado cuenta.

Esa intimidad profunda no es más que el origen y destino del hombre, su- ser-de Dios y para-Dios, ese Dios más íntimo en la persona que su misma intimidad. Para alcanzar este núcleo íntimo del otro es preciso un cierto desprendimiento de todo lo que no sea esa luz central; es necesaria una completa libertad en relación con lo que el otro tiene, para no buscar y no encontrar en ello, más que lo que él mismo es: su-ser-de Dios y para-Dios”.

“Señor, enséñame a encontrarte en todo lo que me cruzo en mi peregrinación hacia ti, para que mi deseo de ti se haga cada vez más fuerte, más completo y más radicalmente fiel, y que así mi amor hacia todo y hacia todos, no deje de crecer siempre más y más, hacia su pleno resplandor.”

Egide Van Broeckhoven, SJ

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